“URGE COMO INEVITABLE UN PLAN DE ESTABILIZACIÓN. ¿ALCANZARÁ?”

Por Flavio E. Buchieri. Dr. en Economía. Profesor, investigador y consultor.
www.flaviobuchieri.com

La visita de Massa a los Estados Unidos, en la reunión de Otoño conjunta entre el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, dejó apreciaciones y proyecciones en la línea a lo esperado: vamos camino a una aprobación de las metas del cuarto trimestre, seguramente con perdón por algunos incumplimientos, como la reducción de subsidios todavía no producida, entre otros. Esto trae alivio, pero la historia no termina allí porque hay que ver qué es lo que va a pasar de aquí a fin de año, momento en el cual ya se puja por los recursos del próximo período. Es época de conflictos, entonces. Más en estos momentos, con aguda escasez de dólares, enorme bola de nieve en las LELIQs y una inflación que parece desbocarse, a lo cual se suma un conflicto in crescendo por la recomposición de los salarios.

El propio Ministro dejó traslucir la necesidad y/o urgencia por adelantar los tiempos a la hora de implementar un Plan de Estabilización de la macroeconomía. Se dá cuenta que, a pesar del éxito que tuvo el dólar soja -permitió que los productores agrícolas liquidaran más de U$S 8.100 millones- el mismo comienza a evaporarse (el BCRA perdió, en los primeros quince días de Octubre, el 5% de las reservas que acumuló en Septiembre- y amenaza con acelerarse tanto por la andanada de importaciones frenadas, las vacaciones de verano, la demanda de dólares por aquellos que viajaran a Qatar por el mundial y, como si esto no fuera ya excesivo, un tercer año del fenómeno de La Niña, cuya sequía en puerta amenaza ya los dólares que ingresen en el 2023. Es decir, el compás de espera que obtuvo comienza a deshilacharse. Y es obvio que, por el termómetro que marca el stock de divisas del BCRA, no llegamos al verano sin sobresaltos cambiarios.

De ahí que el propio Ministro plantee la urgencia por un Plan de Estabilización que, por el contexto interno, la dinámica política propia del oficialismo, las elecciones del año que viene y la gravedad de los desequilibrios macro, generan dudas tanto sobre si, finalmente, se va a implementar como, por otro lado, si el mismo va a cumplir los objetivos que se propongan. Esto es, detener la inercia de crisis cambiaria e inflacionaria en marcha como, al mismo tiempo, plantear el necesario puente para la entrega del poder al próximo Presidente. Y esto podría afectar al propio cumplimiento del acuerdo con el FMI, en cuyo caso, la dinámica podría convertirse en caótica, acelerando los tiempos para una crisis mayor.

¿Qué implicaría el Plan del cual hoy se conocen algunos lineamientos? Pues, en primer lugar, un acuerdo general de precios y salarios por cuatro meses. A eso se le debería sumar la segmentación tarifaria acordada con el FMI más, eventualmente, alguna corrección en el valor del dólar para darle un colchón a la competitividad de la economía (por la inercia que, inicialmente, mostraría la tasa de inflación), al mismo tiempo que esto implica mayor disponibilidad de dólares. Este conjunto, de la mano de una consolidación de las metas de reducción tanto del déficit fiscal como del financiamiento monetario del mismo por parte del BCRA, permitirían sentar las bases para, por un lado, desindexar los precios y/o salarios en función de la expectativa de inflación a futuro (que se espera comience a bajar), evitar aumentos en las tasas de interés y, de este modo, comenzar a frenar la aceleración en la tasa de inflación, de modo que la tasa proyectada para el 2023 este por debajo de lo que se espera para el presente año (94-100%). Todo esto acotaría las presiones sobre las reservas como sobre el valor del dólar, que tendría ahora un proceso de deslizamiento más limpio y predecible.

¿Tiene chances de ser efectivo? Pues esto depende de la credibilidad que el mismo despliegue tanto por la claridad y contundencia de los acuerdos que se generen como de la efectiva instrumentación y el compromiso de su mantenimiento aun cuando las mismas generen resistencias políticas y/o sectoriales de quienes van a querer escapar de las mismas. Al respecto, cuanto mayor sea el compromiso con lo que es la meta de fondo, esto es, la reducción fiscal, mayores serán las posibilidades que el Plan funcione.

Ahora bien, ¿cuáles son los factores que afectan a su efectiva implementación y, ms aun, que los agentes económicos crean la dinámica que el mismo intenta obtener?. Podemos enumerar tres elementos. Por un lado, la interna feroz en el seno del propio gobierno, el cual hoy parece estar sin rumbo porque el Presidente no tiene diálogo ni con la Vice-Presidenta ni con su Ministro de Economía. Esto quedó demostrado con la mini-crisis de gabinete que se suscitó a comienzos de la semana que pasó con la renovación de las carteras de Desarrollo Social, Trabajo y de la Mujer y Genero. En este marco, es difícil estimar la fortaleza política que tendrá el propio Ministro de Economía para encontrar consensos en el resto de la Administración para aunar los esfuerzos en la misma dirección.

En segundo lugar, las elecciones del año que viene y la persistencia de la tasa de inflación comienza a poner en duda cuál es el real apoyo que la Vice-presidente le va a brindar a la gestión económica cuando, con la economía en desaceleración y la puja salarios vs beneficios en marcha y sin resolución aparente, está pre-anunciando que el clima que se vivirá en las próximas elecciones presidenciales podrían ser negativas para el propio oficialismo, con alta probabilidad de ocurrencia. Recuérdese que es difícil sostener la hipótesis de un triunfo electoral cuando la economía tiene una mala performance, con un deterioro en el bienestar que ya data de varios años. Si la economía no se estabiliza pronto, las chances que el propio espacio de la Vice-presidente termine boicoteando la propia gestión están a la vuelta de la esquina. Habrá que ver cómo el mismo vota el Presupuesto 2023 en el Congreso.

Si todo lo expuesto no fuera poco, la interna, de nuevo, en el oficialismo en torno al mantenimiento/derogación de las PASO abre nuevos interrogantes. Es que el propio Presidente Alberto Fernández se ha convertido en un adalid de las mismas porque cree poder encarnar una nueva coalición de gobierno. Esto entra en colisión con lo que quiere la propia Vice-presidente, que es una anulación de las mismas para evitar la consolidación de la oposición luego de dirimir su propia interna. Lo peor de todo esto es que, aun sin las PASO, no queda en claro quién puede ser el potencial ganador de dichas elecciones. Y, por ende, qué política económica podría llevar adelante en su propia gestión. Para poner un ejemplo: es probable que si el próximo Presidente es alguien de la oposición se vea obligado a unificar el mercado cambiario. Esto es imposible –con el nivel de déficit fiscal que recibiría aún bajo el paraguas del acuerdo con el FMI- sin una devaluación. Esto, de por sí, generaría presiones cambiarias antes de que efectivamente se cumpla este escenario con lo cual los problemas, con alta probabilidad, se agudizarían.

Es decir, estamos ante una necesidad real de implantar e implementar un Plan de Estabilización en serio. El o los problemas que podemos encontrar con su oportunidad están relacionados a los condicionamientos que su propio punto de partida exhiben. Estos, en caso de no ser controlados, transformarían el intento en sólo meras declamaciones vacías de contenido concreto. ¿O es esto lo que se persigue? Como bien dice la fábula: ¿quién le pone el cascabel al gato? Pregunta, por ahora, que requiere una rápida respuesta aunque, en Argentina, nos hemos acostumbrado a procrastinar!!!

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