“VOLVER AL “DESIERTO” DE DÓLARES?”

Comenzamos Octubre y, tras la finalización del dólar soja, se comenzó a notar otras vez lo que era la norma antes de dicha medida: el Banco Central (BCRA) tuvo el viernes que intervenir en el mercado de cambios y, como lógica consecuencia, perdió casi $ 140 millones de dólares. Lo que fue una panacea durante Septiembre parece revertirse a partir de este mes. Y como Cenicienta, al momento de darse las 12 hs., el Ministro Massa comienza ya a sentarse sobre lo que será el último trimestre del año, donde el campo va a volver a liquidar lo que es relativamente usual (poco, en relación al segundo trimestre, sumado a una sequía fuerte que ya amenaza a todo el 2023) como de los pedidos por importar insumos -hoy cuasi-frenados- más el impacto del turismo por el mundial y las vacaciones que se avecinan. Es decir, el problema de la falta de dólares va a jugar fuerte de aquí en adelante, como lo viene haciendo desde el 2011.

La falta de dólares no es sólo un problema grave y recurrente, producto del exceso de pesos en circulación, aun cuando el gobierno está haciendo notables esfuerzos por cortar la dependencia del financiamiento del BCRA. Es que la tasa de inflación mensual parece mantenerse en torno a un piso del 6% para lo que resta del año con lo cual se consolida una inflación anual para todo el año del orden del 95-100%. Si a esto se le agrega que dicha tasa endogeneiza la tasa de interés en el orden del 100-110% también anual, el impacto de esto afecta al stock de las LELIQs, que son el instrumento del BCRA para absorber liquidez. Esto implicaría que si dicho retorno no se efectiviza, el mismo se capitaliza con lo cual estaríamos ya con una duplicación del mismo en el 2023. Aún sin déficit fiscal, esta indexación de las LELIQ pone un piso alto para la inflación en el año que viene.

Si a lo expuesto se le agregan dos factores de peso: a) la falta de ajuste en las tarifas de luz y gas, por la complejidad y dificultad en su implementación, y b)  las presiones políticas para otorgar ayudas y/o bonos a los sectores más desfavorecidos, se pone en duda la rebaja del déficit fiscal primario comprometido con el FMI (2.5% del PBI para el 2022 y 1.9% para el 2023, año electoral) con lo cual esto retroalimenta lo antes expuesto y permite considerar que la tasa de inflación para el próximo año, en el mejor de los casos, estará rondando el 100%. Muy lejos de la meta del 60% expuesto en el Presupuesto 2023. Si a lo expuesto se le suman la reapertura de las paritarias para imponer actualizaciones en los salarios al ritmo al cual se espera sea la inflación para lo que resta del 2022 como anticipar la que ocurrirá en el 2023, las bases para una inflación superior al 100-110% se comienzan a cristalizar.

En este escenario, probable por las motivaciones electorales del Gobierno Nacional para el próximo año -aun cuando Massa intenta hacer el ajuste que le piden los mercados, con el kirchnerismo mirando, por ahora, al costado-, parece cada día más evidente que una corrección cambiaria va a ser necesaria en el corto plazo. El BCRA viene actualizando el tipo de cambio oficial a una tasa que venía creciendo a una nivel para empardar la inflación mensual pero, en las últimas dos semanas, parece comenzar a ir en la dirección contraria.

Si la tasa esperada para el año que viene se mantiene en torno al 100-110%, la brecha cambiaria va a mantenerse o a tender a crecer con lo cual luce inevitable que el problema de la falta de divisas se agrave. La consecuencia de esto es, por un lado, un freno a la actividad económica al mismo tiempo que la falta de insumos, por otro lado, contribuirán a que la contracción económica, si no hay un ajuste al gasto agregado más alto, endogeneicen la tasa de inflación.

¿Qué consecuencias genera el escenario que se plantea? Si una devaluación luce ya como urgente, la no viabilización de la misma impone un stress mayor sobre el stock de divisas. Pero, si la devaluación acontece, el impacto sobre la tasa de inflación va a ser fuerte, con un traslado a precios casi inmediato. En ambos casos, cualquiera sea el camino elegido, complican la estrategia electoral del Gobierno ya que la baja performance de la economía agudizan la huida de votantes del Frente de Todos hacia una oposición que hoy luce muy dividida y con dudas con respecto a su mantenimiento en el 2023.

Si la eliminación de las PASO se concreta, el gobierno llega a las elecciones con un cuadro electoral donde el peronismo-kirchnerismo llegaría unido –aun cuando la intención de voto que hoy, según algunas encuestas, estaría en torno al 25-30%- mientras que la oposición no tendría un mecanismo para seleccionar al mejor candidato. Esto implicaría que podría haber divisiones en el seno de Juntos por el Cambio. La oposición así dividida podría ser funcional tanto al oficialismo como a actores nuevos como Milei, que podrían capturar desencantados de la oposición, en mayor medida, como del propio oficialismo.

El escenario electoral, si se concreta lo antes expuesto, podría generar una enorme sorpresa de cara a la elección del próximo Presidente: el mercado electoral podría dividirse en tres bloques con una intención promedio de 25-30% para cada uno. Esto impondría, de por sí, una segunda vuelta con lo cual el oficialismo, de no poder subir su piso al 40% entraría en zona de pánico porque la oposición, aun dividida, tendría mayor capacidad para negociar los apoyos necesarios para sortear dicha ronda.

¿Luce así, inevitable, el 2023 para el oficialismo? Hoy parece difícil que si la economía no logra una performance mejor (que, para ello, requeriría un ajuste y/o plan de estabilización más concreto, audaz y decisivo) se pueda observar un oficialismo con mayor competitividad electoral. Pero puede haber sorpresas. Sí luce inevitable que si no se ajusta el ritmo y la intensidad en las correcciones macro, la probabilidad de una crisis cambiaria y de producción están creciendo. ¿Es una profecía auto-cumplida? No necesariamente. Pero cuesta trabajo, aún con el enorme voluntarismo del Ministro Massa, creer que el resultado será otro.

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