“VIVIRÁS CON EL SUDOR DE TU FRENTE!!!”

Por Flavio E. Buchieri
Dr. en Economía. Profesor, investigador y consultor. Director Ejecutivo de El Club de Negocios.
www.flaviobuchieri.com

Existe consenso entre los economistas de todas las vertientes -por lo menos, a nivel académico y profesional; no siempre cuando algunos colegas operan en forma partidaria- acerca de que Argentina debe ir hacia el equilibrio fiscal, como mínimo (contemplando con ello el pago de los servicios de la deuda externa) para reducir y/o eliminar la tasa de inflación, de modo que la misma converja a la que se registra a nivel internacional. Esto lo puede observar usted, estimado lector, cuando mira los diferentes programas de televisión y/o lee las mejores columnas de opinión en los más importantes medios del país (y del mundo también). Es la clave para superar la actual situación económica, política y social.

Ahora bien, si existe tremendo consenso en torno a lo que deberíamos hacer, cabe formularse una pregunta muy simple: ¿por qué no se práctica esto? La respuesta es la clave para entender la dificultad que han tenido los diferentes gobiernos (algunos del pasado reciente más el actual; seguramente también lo tendrá quien asuma el 10 de Diciembre del 2023) para equilibrar las cuentas públicas y, con ella, la tasa de inflación. Porque su logro va a permitir una reducción sensible de la pobreza; aumentará la producción y el empleo; mejorará la productividad y el salario; evitaremos la escasez de dólares, etc.. En fin, se requiere de este proceso para encontrar la “punta del ovillo” para abandonar la decadencia en la que Argentina está inmersa. Sí, la inflación es el termómetro de dicha realidad!!!

¿Por qué es difícil eliminar el déficit fiscal? Lo explicaremos de una manera muy simple. El déficit fiscal es la diferencia entre los gastos del Estado y los ingresos que este último recauda como tributos. Hay, entonces, un doble problema: por un lado, un enorme gasto público (48% en términos del PBI) y una recaudación de tributos también alta (cerca del 44% del PBI, cuando se toman todas las jurisdicciones) pero que no compensa al primero. La diferencia es, aproximadamente y en función a cómo se lo mida, el déficit que hoy tenemos: 4-6% en relación a nuestro PBI. Por ende, para bajar el déficit fiscal hay que, o bien, reducir los gastos públicos y/o aumentar la recaudación de impuestos. Ambas medidas son resistidas porque, por un lado, los que pagan impuestos no quieren estar afectados a una mayor presión tributaria. Y, por el otro, lo que consideramos como gasto público constituye, al mismo tiempo, ingreso para aquellas personas que se encuentran tras las partidas de dicho gasto. Aumentar uno y/o bajar el otro son muy difíciles de practicar en Argentina. Las crisis políticas y sociales que hemos tenido (muchas de ellas, inducidas) acreditan lo que estoy diciendo.

Si lo antes expuesto es así, el gobierno no tiene más remedio que, ante la falta de financiamiento voluntario en dólares (sí en moneda local), recurrir al financiamiento que le falta mediante deuda que contrae con el Banco Central. Este emite el dinero que al Estado le falta pero, al mismo tiempo, la sociedad lo rechaza o trata de desprenderse del mismo, por diferentes razones. Y, entre ellas, sobran los pesos pero ahora los dólares se vuelven escasos. Por historia y/o por expectativas, esta relación de inequidad genera presiones para una devaluación del peso. Si esta se concreta, se retroalimenta el problema de la inflación porque un dólar mas alto encarece los insumos que importamos. Así, los costos de producción aumentan y, con ellos, los precios que se cobran a los consumidores. Todos sabemos que esto es así y, más aún, también presentimos -aun cuando no siempre sea real- cómo puede terminar esta historia. De nuevo, si esto es lo que va a pasar, ¿por qué no intervenimos ya y evitamos males mayores?

Lo que la inflación esconde, en realidad, son dos aspectos muy importantes, entre los muchos que se pueden destacar. Por un lado, una sociedad que cree que hay otra forma de construir riqueza, distinta a la que experimentan los más diversos países del mundo que, entre otros factores que los asimilan, tienen tasas de inflación reducidas y/o bajo control. Esto lo sabe la política e instrumenta así incentivos para que el proceso de construcción de su propio poder a nivel nacional se encuentre alineado con lo que la sociedad quiere. Votamos quien nos da buenas noticias y promete ayudarnos. No a los que nos dicen que “hay que ajustarse el cinturón”!!!

La sociedad es así cómplice y, al mismo tiempo, rehén tanto de sus propias apetencias como de quienes elije para llevar a cabo las mismas, muchas veces teniendo noción que, desde el inicio, son irreales y/o no sostenibles en el tiempo. Nos viene al dedillo la caracterización que se suele realizar del “Complejo de Estocolmo”: el rehén se termina enamorando de su captor!!! Así, los gobiernos y la sociedad (no toda, por supuesto, pero sí la que define dicha relación con el voto cuando pretende canalizar sus pretensiones) han instrumentado, desde hace mucho tiempo, una alianza duradera para, por un lado, vivir más allá de sus posibilidades y, al mismo tiempo, construir potenciales enemigos que “intentan alejarnos de la felicidad”. El sueño perdura. Y también los gobiernos cómplices en el poder. La pregunta que sobrevuela es: ¿quién es quien, en la escenificación del Complejo antes enunciado?. ¿La sociedad como rehén de los gobiernos de turno, o viceversa?. 

La economía, como ciencia y profesión, me ha enseñado algo muy claro, que siempre traslado a mis alumnos como a quien quiera escucharme: “no hay que opinar de algo o alguien a partir de lo que dice, sino por lo que hace!!!”. El ajuste que se necesita para eliminar el problema de la inflación requiere que los costos que se generen por su concreción sean repartidos a nivel de toda la sociedad. ¿Cuál es, entonces, el problema concreto? Muy simple: nadie quiere pagar tales costos. Así, lo común es escuchar que “el ajuste lo paguen otros!!!” Si esto es lo que, en el fondo, impera como verdad inexpugnable, se entiende bien por qué los gobiernos, a excepción de Carlos Menem primero, y Néstor Kirchner después, encuentran muy difícil instrumentar una solución concreta para el problema de la inflación.

¿Qué se requiere, entonces, de cara a que los desequilibrios macro han crecido y ya todo el mundo, incluido Cristina Fernández de Kirchner, dan por descontado que el actual gobierno está agotado? Pues NUEVOS VALORES para una sociedad que aún cree que la expresión “el granero del mundo” vigente hace más de un siglo fue realidad (y lo sigue siendo aún). Proponer los mismos, a partir de la experiencia internacional como del propio pasado será lo que el próximo Presidente deba proponerle a los argentinos.

Le aguarda así a quien suceda al actual Presidente una enorme tarea didáctica y comunicacional para explicar claramente hacia dónde debemos ir, para que luego la sociedad lo entienda, lo internalice y vote en consecuencia. En definitiva, se trata de un RADICAL CAMBIO CULTURAL donde el premio por el trabajo, el ahorro, el respeto por el otro, la humildad, la honestidad y la responsabilidad, entre otros, cambien la manera en la cual nos relacionamos, nos proyectamos, producimos lo que necesitamos y nos proyectamos en el tiempo. Es hora de hacer realidad esa expresión del libro del Génesis que dice: “vivirás con el sudor de tu frente”. Esto es lo que implica el equilibrio fiscal. Tan antiguo como la misma biblia, la cual parece que desconocemos!!!

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