Por Flavio E. Buchieri. Dr. en Economía. Profesor, investigador y consultor. Director Ejecutivo de El Club de Negocios. www.flaviobuchieri.com

Mis alumnos, en particular, los de posgrado, están acostumbrados a la relación -ya podríamos decir, estadística aunque aún no le he verificado empíricamente- que les planteo en mis clases: la existente entre la fortaleza política de un Presidente y la tasa de inflación. Cuando hablamos de lo primero, estamos haciendo referencia a varios aspectos que definen la misma pero que se concentran en la capacidad que tiene un Presidente para imponer una agenda de temas y/o de espacios de intervención pública tanto a la sociedad como al resto de la corporación política. Puede parecer un dogma pero la experiencia de Argentina en los últimos -casi- cincuenta años es ilustrativa de esta relación. Si la misma es alta, la tasa de inflación es baja, y viceversa.

Vamos a plantear, como “Presidentes Fuertes” a Carlos Menem (período 1991-1999), Néstor Kirchner (período 2003-2007) y Cristina Fernández de Kirchner (CFK; primer mandato completo y primer bienio de su segundo mandato), respectivamente. Y tomaremos como “Presidente Débiles” a Raúl Alfonsín (todo su mandato, en especial, el período 1987-1989), Fernando de la Rúa, CFK (segundo bienio de su segundo mandato), Mauricio Macri (en particular, 2018-2019) y Alberto Fernández (desde el 2021 a la actualidad, exceptuando la pandemia que debió enfrentar tras su asunción). Aquí se supondrá que todos los lectores que siguen de cerca esta columna pueden manifestar de plena fe sus conocimientos en cuanto a los períodos históricos antes mencionados. No entraremos en detalles a la hora de dialogar sobre particularidades que los definieron como tales. Son fuertes y/o débiles. Punto.

¿Qué implica la relación entre fortaleza política de un mandatario y la tasa de inflación que su mandato registra?. Como hemos dejado expuesto ya varias veces, en este espacio, qué implica la tasa de inflación, su relación con el poder político de un Presidente no es clara -en términos de los factores tradicionales que afectan a la inflación- pero sí fácil de entender. Cuando hablamos de inflación estamos haciendo referencia a que todos los precios de la economía suben. ¿A qué tasa? El Indice de Precios al Consumidor (IPC) mide una parte de los bienes que afectan al poder de compra del salario. Pero sabemos que los precios suben a distintas tasas.

Mientras esas tasas se promedien y arrojen un valor bajo, podemos decir que la inflación existe pero está bajo control si la dispersión o variabilidad de los precios en cuestión están cercanos a dicho valor promedio. Esto ocurre, en general, cuando la tasa de inflación es baja. Cuando el promedio aumenta, el rango de volatilidad también tiende a aumentar. En ese contexto, la variabilidad comienza a ser endógena al propio problema que estamos tratando. La inflación ya está afectada por muchas variables o factores, todos los cuales se retroalimentan cuando inciden en la dinámica que un precio (o todos) registran. Y la misma comienza a aumentar en términos temporales.

La variabilidad de los precios, en un país como Argentina, es un factor central para determinar la gobernabilidad que un gobierno enfrenta (y/o produce) porque los riesgos de una desestabilización política aumentan cuando los precios suben por las múltiples presiones sectoriales que se suceden. Y, como en los últimos años, los diferentes gobiernos han empleado varias “anclas” para evitar que la inflación se retroalimente (por ejemplo, como ocurriría cuando el dólar sube), es que un aumento de la inflación debería requerir, al mismo tiempo, un aumento en la capacidad del gobierno para sostener esas anclas que controlan los precios. Como las presiones que se esconden detrás de ellos, en un intento por recomponer ingresos o márgenes de rentabilidad, entre otros factores que se esgrimen. Cuando esa capacidad se acota o disminuye, la inflación salta a otro nivel. Y el proceso como un todo se retro-alimenta.

Los “Presidentes Fuertes” que definimos al comienzo de esta columna combinaron un poder político alto que les permitía ante, por ejemplo, un cierto déficit fiscal, mantener a la inflación bajo control o en tasas bajas. Es así que podemos ver a la fortaleza política de un mandatario como su capacidad para “torcer, persuadir, convencer”, etc. (use el verbo que usted quiera, estimado lector) para mantener bajo control a la inercia de ajusta al alza que sectorial o multi-sectorialmente se quiere instalar. Por tal motivo, a largo plazo podemos ver a la inflación como un fenómeno monetario pero si, en el corto plazo, el Presidente es fuerte, la emisión que se genera para  cubrir un cierto déficit fiscal con endeudamiento voluntario es “aceptada” y sus efectos son encorsetados o encapsulados, dando lugar así a que cualquier medida que se toma pueda tener cierta probable efectividad. Cuando el Presidente es débil, los agentes “adelantan” los problemas de gobernabilidad que, por historia, información confidencial y/o dinámicas sectoriales que comienzan a volverse más caóticas, van a ocurrir. Es así una suerte de profecía auto-cumplida!!!

Alberto Fernández está inmerso en esta relación tanto por su relación con CFK a la hora de establecer quien detentaría el poder formal del país como a la posesión concreta del caudal electoral que está detrás de su ascenso al ejecutivo nacional. Es un Presidente débil desde el inicio de su nominación con lo cual este aspecto puso un piso a la dinámica de precios que se esperaba. Su intento de ganar tiempo, redefinir la alianza con CFK y el peronismo en su conjunto como esperar que el acuerdo con el FMI ordene un poco el escenario de acción es un intento por ganar fortaleza cuando ya inició el segundo bienio del actual mandato. ¿Le alcanzará como para soñar con un segundo mandato? ¿Podrá lograr controlar la tasa de inflación que ya se perfila en torno a los tres dígitos?. La historia aquí no da pistas concretas. Depende de lo que el mismo haga como del resto de los actores que lo rodean, compiten o cooperan consigo mismo. ¿Final abierto?. Los números hoy le juegan en contra. Pero tiene “reaseguros” que le dan esperanza. Al final, esto es lo último que se pierde.

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